En esta nueva edición de la columna de Analía Pinto, el fanatismo por Jim Morrison de los Doors es la puerta de entrada a varios poetas, y entre ellos aparece François Villon. Con una vida que giraba entre bandidos y versos, creó una poesía mordaz y sonora que cautivó tanto a lectores como a muchos otros poetas y escritores.
Por Analía Pinto (*)
Cuando quien esto escribe contaba apenas 16 o 17 años, estaba completamente enfebrecida con los Doors, más exactamente con su líder y cantante, Jim Morrison. El embelesamiento, propio de la edad, era de tal magnitud que ni bien se enteró de que existía una biografía del bello Jim, le rogó a su padre el dinero necesario para comprarla y corrió en su búsqueda. “Jim Morrison, jinete en la tormenta”, de Marcelo Gobello, le reveló no solo las maravillas y penurias del cantante de los Doors, sino también las lecturas poéticas que este frecuentaba: tres nombres refulgían allí para la poeta bisoña que yo era entonces; una auténtica tríada de la mejor poesía francesa y universal: Baudelaire, Rimbaud y Villon. Poco después, encontrándome en una librería de usados, mi curiosidad me condujo hacia los estantes que en lo alto rebosaban de poesía. Dos libros estaban juntos, y dos libros vinieron de inmediato a mi biblioteca: eran “Las flores del mal” de Baudelaire y “Poesía” de François Villon. Sabía perfectamente quiénes eran, porque eran los poetas favoritos de Jim.
Desde entonces, ambos libros y poetas me acompañan con su tenebrosa y fascinante luz. Dejo al maestro y padre nutricio Charles Baudelaire para otra ocasión, y me propongo presentar hoy al bribón insigne, al bellaco terrible, al perseguido por la justicia humana y la divina (y por su conciencia), el siempre a punto de ser ahorcado François Villon. Dice del “pobre Villon” el no menos insigne Paul Valéry: “Villon, que antes se llamó François de Montcorbier, nació en París en 1431. Su madre, demasiado pobre para criarlo, lo entregó al cuidado de un docto sacerdote, Guillaume de Villon, que pertenecía a la comunidad de Saint-Benoit-le-Bétourné, donde vivía. Allí creció y recibió educación elemental. Parece que su padre adoptivo fue siempre benévolo con él, y hasta cariñoso. A los 18 años se recibió de bachiller y a los 21, en el verano de 1452, obtuvo la licenciatura”.
Hasta aquí, nada extraño para un hombre de su época. Pero aquel París distaba mucho de ser la Ciudad Luz que hoy conocemos. Los inviernos eran tan crudos que los lobos merodeaban las callejuelas y hasta podían alzarse con un desprevenido transeúnte. La pobreza, la humillación, el hacinamiento, todo el florilegio de pecados concebibles e inconcebibles eran moneda corriente en aquellos días. Incluso para un bachiller, un letrado como Villon, las licenciosas tentaciones de la mala vida eran demasiadas y difíciles de sortear. Dicen que robó. Dicen que mató. No solo lo dicen y lo prueban algunos documentos judiciales, lo dice él mismo en sus versos.
Porque mientras intentaba sobrevivir en ese mundo de bandidos, mujerzuelas, santos y pecadores a tutiplén, Villon componía versos rimados con la misma facilidad con que un escruchante (para decirlo con Roberto Arlt, otro de sus grandes admiradores) maneja la furca y la ganzúa. Dado que tantas puertas permanecían cerradas mientras él las aporreaba en busca de comida o amparo, intentó que se abrieran con la musicalidad y mordacidad de sus baladas y poemas. Y como se sabía perseguido, buscado, culpable, siempre con un pie en el patíbulo, tuvo la precaución de dejar un “Legado”, un “Pequeño testamento” y un “Gran testamento”, en los que no se privó de mencionar a amigos, enemigos, amantes (como la “grosse Margot”), hombres de poder y todos aquellos que le debieran o él les debiera un favor. Trabajó como pocos el tópico medieval del ‘Ubi sunt’ (literalmente, “dónde están”), con el que se alude a la fugacidad de todo. Tuvo a bien, además, intercalar composiciones menores en sus testamentos poéticos, como la que les traigo hoy, y algunas otras subidas de tono, preclaros antecedentes de autores como Rabelais o Quevedo.
Otra de sus particularidades es el uso de jerga o del argot propio de su tiempo (más aún, propio de las selectas compañías con que visitaba tabernas, casas de tolerancia y lenocinios de toda especie), lo que en muchas ocasiones vuelve incomprensibles algunos de sus versos o las alusiones incluidas en ellos. No obstante, como sostiene Gastón Paris, “la poesía de Villon ejerce sobre nosotros el mismo género de fascinación que la prosa de Rabelais. Su frase es como una fórmula mágica, como un sortilegio, en el que las palabras deben su poder no tanto a su significado directo como a su sonoridad, a su disposición en la frase, a su misterio. La lengua de Villon ha envejecido hasta el punto de ser, en ciertos lugares, ininteligible hasta para los eruditos. Las formas de su versificación han pasado de moda y, sin embargo, gracias a la fuerza y a la vida que animan esta poesía tan efímera en apariencia, sus estrofas leídas o repetidas nos producen todavía ese efecto indefinible que experimentan los que son sensibles a la verdadera poesía”.
Con ustedes, François Villon:
Reconozco sin dificultad las moscas en la leche;
reconozco al hombre por el vestido;
reconozco el buen tiempo y el malo;
reconozco la manzana en el manzano;
reconozco el árbol al ver la resina;
conozco cuándo es todo igual;
conozco quién trabaja o descansa;
conozco todo, excepto a mí mismo.
Reconozco el jubón por el cuello;
reconozco al monje por el hábito;
reconozco al señor por el vasallo;
reconozco por el velo a la monja;
reconozco cuándo un tramposo habla en su jerga;
reconozco al loco alimentado de nata;
reconozco el vino por el tonel;
conozco todo, excepto a mí mismo.
Conozco al caballo y a la mula,
conozco su carga y su fardo;
conozco a Beatriz y a Isabelita;
conozco la ficha que se cuenta y suma;
reconozco la visión y el sueño;
conozco el pecado de los bohemios;
conozco el poder de Roma;
conozco todo, excepto a mí mismo.
Príncipe, en definitiva, lo conozco todo:
conozco a los de buen color y a los pálidos;
conozco a la Muerte que todo lo consume,
conozco todo, excepto a mí mismo.
(Poema incluido en “Poesía. Hyspamérica Ediciones”, Buenos Aires, 1982. Traducción de Carlos Alvar).
El inmenso Robert Louis Stevenson, autor de obras inmortales como “La isla del tesoro” y “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, quedó tan cautivado por el genio y figura de Villon que lo retrató en un cuento. Toda la bellaquería, aguda percepción, suspicacia y salero del poeta francés quedan pintados con sus exactos trazos en “Un alojamiento para una noche”. El mismo texto fue publicado en castellano con el título “Una aventura de Villon” en una conocida colección de literatura juvenil española (la colección “Moby Dick” de la editorial La Gaya Ciencia).
Por otra parte, estas palabras de Valéry sirven como coda y envío hacia la poesía de Villon, en tanto describen el lugar que siguen ocupando los versos de un bandido que se las arregló para huir y cantar a la vez por los glaciales e intrincados caminos de la Francia medieval: “la obra de este delincuente se ha venido imprimiendo desde el siglo XVI. El vagabundo, el ladrón, el condenado a muerte, ocupa un lugar entre los poetas franceses que nadie puede arrebatarle. (…) Su gloria es hoy más grande que nunca. Y, si su infamia, demostrada o corroborada en documentos auténticos, se hace hoy más evidente que entonces, preciso es confesar también que fue la noticia de tal infamia lo que contribuyó, más de lo que parecía conveniente, a incrementar el interés por su obra. La consideración de la literatura y de los espectáculos de todas las épocas muestra que lo delictivo tiene un enorme poder de atracción, que el vicio no deja de interesar a la gente virtuosa o aparentemente virtuosa. En el caso de Villon es un culpable el que habla, y habla como poeta de primer orden”.
Como puede observarse, no hay nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, conviene que siempre recordemos, como nos lo demuestra Villon, que sin poesía no hay paraíso.
– Poemas en francés de Villon en barapoemes.net
– “Un alojamiento para la noche”, cuento de Robert Louis Stevenson basado en la posible biografía de François Villon;
– “Villon y Verlaine”, artículo de Paul Valéry (incluye la “Balada de la gorda Margot”);
– “El lenguaje de François Villon”, artículo de Susana Menassé de Padlog.
(*) Analía Pinto (1974) es poeta y editora. Estudió Letras en la Universidad Nacional de La Plata y trabaja en su repositorio institucional. Ha publicado tres libros de poesía y uno de reseñas bibliográficas. Integra el equipo pedagógico del Taller de Corte y Corrección, dirigido por Marcelo di Marco, donde coordina el taller de poesía, y es secretaria de Redacción del periódico cultural Fin.